Comentario
Dentro del sacerdocio romano, un grupo particular y específico fueron las vestales, seis mujeres cuya misión era vigilar y preservar el fuego sagrado del santuario de Vesta, bajo la autoridad de la Gran Virgen Vestal.
Las vestales eran designadas por el Gran Pontífice entre las niñas romanas, antes de que éstas alcanzasen la pubertad. El Gran Pontífice debía decir a los padres una frase ritual en el momento de la entrega: "A fin de celebrar los ritos sagrados que la regla prescribe que celebre una Vestal para el pueblo romano y los Quirites, en tanto candidata elegida según la más pura de las leyes, es a ti a quien escojo para ello, Amada, como sacerdotisa Vestal".
La función desempeñada por las vestales se consideraba de primerísima importancia. Los romanos consideraban que el destino de Roma estaba ligado al mantenimiento del fuego sagrado del templo de Vesta y, si éste se extinguía, Roma misma se resentiría. Por este motivo, se trataba de mujeres cuidadosamente seleccionadas, que gozaban de un alto respeto y que, en ciertos momentos, desempeñaron papeles de gran importancia, como cuando fueron depositarias del testamento de César. El mismo Horacio dirá que "mientras suba al Capitolio el pontífice acompañado de la Vestal silenciosa", Roma mantendrá su gloria.
Las mujeres escogidas debían permanecer treinta años como vestales. Los diez primeros eran dedicados al aprendizaje; los diez siguientes, al culto de Vesta; y los diez últimos a la enseñanza de las novicias. Las vestales debían mantenerse vírgenes a lo largo de esos treinta años, siendo duramente castigada la infracción de la norma. En algunos casos, podían ser enterradas vivas.
A pesar de tantas restricciones y requisitos que conllevaba su cargo, las vestales tenían algunos privilegios que las situaban por encima del resto de mujeres, como el derecho a la custodia de un lictor, testificar ante la justicia, redactar testamento y disponer de sus propios bienes o participar en los sacrificios rituales, para lo que les era entregado un cuchillo sacrificial.
Las vestales llevaban un gorro rojo (flammeum) y un peinado característico de seis trenzas, como el de las casadas. Estas sacerdotisas depositaban espigas de almidonero (far) en los canastos de los cosechadores, que ellas mismas debían triturar y moler. Con esta harina (mola salsa) era uncido todo animal destinado al sacrificio para los dioses.